martes 05, diciembre 2023

#OPINIÓN Irán y Venezuela: petróleo y religión

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Se ha comentado desde hace mucho que la revolución socialista bolivariana, que se inicia en 1999 con el ascenso al poder de manera electoral del excomandante del ejército Hugo Chávez, tiene una inspiración asociada a las experiencias del llamado socialismo árabe, con mentores como Gamal Abdel Nasser en Egipto y Gadafi en Libia. Los tres son líderes políticos nacionalistas, cuyo liderazgo e influencia tienen su origen en el seno del componente militar de sus respectivos países.

Sin embargo, a mi juicio, creo que se podrían establecer mayores paralelismos entre la naturaleza de la revolución Chavista bolivariana y la revolución islámica desarrollada en Irán en 1979.

La revolución iraní constituye un evento histórico importante ocurrido en el año 1979 con el derrocamiento de la dinastía Pahlaví, liderada por el último Sha de Persia Mohammad Reza Pahlaví. Esta monarquía era apoyada fuertemente por las potencias económicas del Reino Unido y Estados Unidos.

En 1953, se produce el derrocamiento del líder civil y democrático iraní Mohammad Mosaddegh, un dirigente de tendencia nacionalista que intentó pedir cuentas y auditar a las poderosas compañías petroleras británicas que se habían asentado en suelo de Irán desde el inicio de la explotación de los hidrocarburos en el Medio Oriente. La empresa Anglo Iranian Oil Company (más tarde se integraría a la actual British Petroleum), con apoyo de la inteligencia británica y la CIA, desestabilizaron al gobierno de Mosaddegh. Antes, en 1951, el líder político persa nacionalizó la industria petrolera de su país. Las potencias occidentales, con el apoyo del ejército, depusieron el gobierno nacionalista, electo democráticamente, y pusieron en el poder al último Sha de Irán.

Aquella afrenta política marcó la historia reciente de la nación persa, al tiempo que sembró un tremendo resentimiento hacia los países desarrollados de occidente. Realmente, la arrogancia de los consorcios petroleros, decidieron derrocar a una democracia imperfecta, pero democracia al fin, con un líder laico, que ciertamente coqueteaba con La Unión Soviética en medio de la Guerra Fría, pero mantenía la secularización del poder político, separando el Estado de los fanatismos religiosos islámicos, muy comunes en la región. Aquello lo lamentarían más de 25 años después.

De aquellos polvos vinieron estos lodos. En 1979, tras masivas movilizaciones populares callejeras, es expulsado del poder el Sha Reza Pahlaví, pero asume la conducción política de la nación una poderosa corriente islamista de tendencia shiita. Asciende como líder espiritual de la revuelta el ayatolá Ruhollah Musavi Jomeiní, quien fuera líder supremo de su país hasta su muerte en 1989. Desde entonces las relaciones internacionales entre Irán y el mundo anglosajón han estado en permanente confrontación política y diplomática. En ese sentido el asunto de la aplicación militar del desarrollo recurso tecnológico nuclear, ha motivado infinidad de sanciones económicas y políticas desde occidente hacia el país persa.

¿Cuáles son los paralelismos o analogías que se pueden establecer entre aquella revolución islámica iraní que estallara en 1979 y la revolución bolivariana venezolana de 1999?

En nuestra opinión, la primera y más sobresaliente es la condición de economías petroleras que tienen ambas naciones. Los dos países constituyen Petro-Estados, es decir, una forma de sistema de poder, en donde la riqueza patrimonial que concentra el sector estatal, es abrumadora frente al poder económico de otros sectores de la sociedad.

Tales naciones tienen como característica que los gobiernos no dependen de la sociedad, de la producción y laboriosidad de sus ciudadanos para financiar el aparato del Estado, sino que el sector público desarrolla autonomía casi total respecto al resto del cuerpo social. Se pierde así esa relación funcional que convierte a los Estados en dependientes del poder de los ciudadanos y más bien, son los ciudadanos los que dependen de los recursos económicos que concentra la clase política. El que controla la riqueza, controlará a la gente.

El otro gran elemento común en estos dos procesos revolucionarios es la presencia de una religión, un credo teológico, que da forma e inspira al régimen político que se establece en su nombre. En el caso de Irán es obviamente el fundamentalismo islámico, de orientación shiita, pero en el caso venezolano es una suerte de religión civil de Estado llamado “el bolívarianismo” o el culto a la figura histórica de Simón Bolívar.

Desde la llegada de Chávez al poder el ideario de Bolívar conforma un cuerpo de ideas, pasiones y motivaciones, que conforman una narrativa muy particular sembrada en el alma de los venezolanos prácticamente desde el nacimiento hasta la muerte. Desde luego, la idolatría bolivariana no la inicia Chávez, podríamos buscar su origen en el período de gobierno que constituyó la hegemonía del General Antonio Guzmán Blanco y del llamado liberalismo amarillo.

El componente religioso en Irán y en Venezuela le pone un ingrediente particular, junto al peso del petróleo en sus respectivas economías y sociedades. Son países muy sometidos al adoctrinamiento que desde el Estado se puede desarrollar, prevalido por su condición de su poder económico patrimonial, por ser propietario de las reservas petrolíferas depositadas en el subsuelo.

Petróleo y religión forman un binomio esencial en las experiencias políticas de Irán y Venezuela. Estos dos factores son muy astutamente utilizados por sus respectivos gobiernos como forma de control social y hegemonía cultural. En lo que respecta a la revolución iraní, el islamismo, una creencia espiritual de naturaleza teológica, y en el proceso venezolano, el bolivarianismo tercermundista, de corte antiimperialista, una devoción convertida en suerte de religión civil.

Venezuela, al igual que Irán, han tenido serios episodios de enfrentamiento con EE.UU y desde luego, la política exterior norteamericana, ha dirigido sistemáticamente sanciones económica y comerciales en contra del régimen islámico y el bolivariano. Con frecuencia, en asuntos internacionales, se impone la necesidad de ver al enemigo de mi enemigo como mi amigo.

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